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Rogier Van de Weyden (1399-1464) «Descendimiento de la Cruz» Retrato de María Magdalena, proceso
El color y el dibujo en el Quattrocento

La idea sobre el color nos acerca al sentimiento religioso y al pensamiento de principios del Renacimiento. El color requiere una función intelectiva de la mirada, del mirar captando una serie de diferencias y cualidades de la luz que se adquieren con la experiencia detenida en la contemplación. Es un ejercicio intelectual porque requiere de una nueva conciencia del tiempo y del espacio abierta, sensible y crítica al mismo tiempo. La luz hace al ojo y, desde el ojo, el pensamiento. Percibimos la luz una dimensión que acoge el sentimiento junto al estímulo de su calor, de su movimiento, de su función simbólica que nos lleva a comparar y contrastar valores y considerar actitudes simbólicas de la Edad Media. Los colores están relacionados con las virtudes teologales; Fe, Esperanza y Caridad, son los «escalones» que conducen a la santidad con sus colores correspondientes_: blanco, verde y rojo. Los valores morales se representaban cromáticamente en la heráldica medieval. El la Orden de Chevalerie, un poema del siglo XIII describía cómo debía vestirse un caballero en su ceremonia de investidura, con una túnica blanca, que demostraba la pureza de su cuerpo, sobre la que se colocaba una capa roja que le recordaba que la sangre tenía un valor sagrado en la defensa de la Iglesia, unas medias marrones, símbolo de la tierra de donde procedía y, al finalizar la ceremonia, el cinturón que simbolizaba su castidad. El vestido guarda este carácter expresivo. Bernardo de Claraval y Pedro el Venerable juzgaban así la conveniencia del blanco o el negro para que vistiesen los monjes. El Venerable insistía que sólo el negro expresaba la humildad, la penitencia y la resignación; el blanco expresaba el júbilo y la gloria de la Transfiguración de Cristo y por ello, inadecuado para para los hábitos monacales.

Tradicionalmente se ha cuestionado el valor del color frente al valor del dibujo; la escuela Veneciana defendía que el color tenía unas cualidades superiores, y la escuela Florentina argumentaba lo contrario, que el dibujo era prioritario al color. Dibujantes y coloristas competían en destreza y poder de convicción. A principios del Quattrocento el color simbólico tomó un matiz materialista en el entorno religioso. El concepto veneciano de colore hacía referencia a un exquisito uso del pincel, esta capacidad dependía de la entonación que se lograba en la mezcla y las mezclas de los pintores venecianos, como Tiziano, eran muy complejas. Fue en el siglo XVI cuando la crítica del estilo de Tiziano polarizó el debate mayor del disegno frente al colore cuando, como maestro del dibujo se situó Miguel Ángel. Pero Miguel Ángel demostró ser un maestro igualmente del color, de inesperada fuerza y originalidad con una paleta intensamente saturada de colores puros. Así es considerado como el principal precursor de los agudos coloristas manieristas de la década de 1510 y 1520; con Andrea del Sarto, Pontormo, Bronzino y Rosso Fiorentino.

A lo largo del siglo XVI, la cuestión del disegno y el colore se fue convirtiendo en una especie de ejercicio intelectual que ha ido desarrollando multitud de disputas académicas y estudios en donde se ha valorado la cualidad del arte de la pintura como un quehacer cada vez más intelectual hasta lograr una metafísica donde el arte tiende a valorar el sentido trascendente, donde explicar la complejidad de muchos factores sensibles y perceptivos del ser humano.

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